Alcanzando la gloria
Las cuadras del barrio Luján de Laferrere no tienen nada que envidiarle a las dunas del desierto de Atacama. La lluvia hizo que la calle de tierra haya adquirido el molde que algún auto le dio en su ruta. Sumado a los grandes pozos, llegar a mi futura entrevista se había convertido en toda una travesía.
El dibujo del zigzag en cada esquina encontró su fin en la última cuadra. Un terreno más liso fue el lugar donde estacioné en búsqueda del hombre que “alcanzó la gloria”. Este personaje era el indicado para salvarme de un trabajo. Me habían pedido hace una semana una historia de vida. Una tarde de café me la alcanzó.
Un contrapiso recién terminado, afianzado por la lluvia, hizo que tuviera que saltar para poder entrar en un comedor del barrio. Julia, una de las mujeres emprendedoras de este lugar, mientras descolgaba unos cuadros de educación popular, me responde las tres palabras y el gesto que esperaba: “Si, vive allí”.
Crucé y ahí estaba, como si me hubiera estado esperando. Al sonido del timbre la pava había empezado a hervir.
Me abrió un hombre plenamente identificado con sus 40 años, esa edad que mezcla juventud y vejez, se acomodaba perfectamente a su fisonomía. No se si piensa quitarle años a su vida o ponerle vida a sus años, no se lo iba a preguntar, pero…
-Hola, disculpe, soy periodista y andaba buscando a Carlos Zamudio para hacerle una entrevista
-Soy yo, puede pasar
Entré, pareciera que viviese solo, no había ninguna foto de su familia, sólo dos de aparentemente él, vestido con una casaca y pantalón de fútbol. Muy gentilmente me invitó a sentarme, me preguntó si tomaba mate, a lo cual le respondí con un gesto de afirmación como si me hubiera preguntado una obviedad. Luego de preguntar formalidades que rellenan las charlas, y al finalizar una mezcla entre cigarrillos y mate, empezamos el diálogo que me interesaba.
-Gracias, necesito una historia de vida, una nota de color. Me lo presentaron como “el hombre que alcanzó la gloria” ¿me puede explicar por qué? ¿Qué hizo?
-Así es…le voy a contar una historia. En eso se frenó, destapó el termo, se sirvió un mate, como preparándose para contar una larga y jugosa historia. De los días y noches que componen mi pasado, sólo me interesa uno; del resto no referiré sino lo indispensable para que ese día se entienda. Fue un primero de agosto de 1989, tenía 19 años, algunos decían que también un muy buen futuro, que era una promesa y la esperanza del club. Otros que tenía una tendinopatía severa en el talón de Aquiles del pie izquierdo y que afectaba a toda la superficie del tendón, no iba a poder caminar si seguía jugando y menos compitiendo. No obstante, llegué a ese día con las ganas, el entusiasmo y el deseo de salir campeón. Mi equipo, “Laffe for ever” jugaba la última fecha del interbarrial del oeste, contra el defensor del título, “Unión de Castillo”, justo coincidió el fixture enfrentar a los dos equipos que tenían la misma cantidad de puntos. El barrio se iba a paralizar esa tarde de domingo, no estar en la canchita de enfrente del colegio se hubiera convertido en un acto propio de un hereje.
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